El trastorno mental de AMLO.
Eduardo Turrent Mena.
Los datos obtenidos por el hackeo conocido como “Guacamaya Leaks” revelan que después del mediodía, AMLO está obligado a someterse a consultas médicas y tratamientos. La causa principal es el riesgo de infarto -padece de hipertensión-. También se sabe qué sufrió de un episodio cardíaco -no sabemos de qué gravedad- cuando estalló el escándalo de la “casa gris” en el que se acusó a su hijo José Ramón López Beltrán de corrupción y tráfico de influencias.
El presidente de México no está bien de salud física. Pero, ¿cómo se encuentra de salud mental? Su comportamiento es cada vez más virulento, errático y contradictorio. Parece no ser capaz de afrontar con serenidad las tensiones ordinarias relacionadas con su cargo, como las críticas más básicas o las noticias poco halagüeñas. ¿Podría deberse a alguna enfermedad o trastorno que está mermando su capacidad mental?
Los rasgos más preocupantes -y palpables- en el comportamiento del presidente son la impulsividad y visceralidad cuando responde a ataques, la temeridad con la que lanza amenazas y la paranoia con la que responde a cuestionamientos sobre los resultados de su administración. Diversas fuentes -y colaboradores- lo describen como sumamente irascible e intolerante en su trato. En reuniones se le nota errático, a veces con una escasa comprensión de la realidad y de las consecuencias de sus dichos y actos. Otros han sido testigos de su absoluta falta de empatía y excesiva beligerancia. Adicionalmente, tiene una necesidad constante de demostrar poder; nadie le puede aconsejar nada sin que el líder se moleste o lo regañe.
No parece percibir lo crítico que podría ser cualquier defecto en su agudeza mental, ni lo imperativo que es que proteja al país antes que a su propio proyecto. Por cierto, denominado por él mismo como “La cuarta transformación” -igualable solo con sucesos históricos cómo la independencia, o la revolución-.
La famosa obra de Alan Bennett "La locura del rey Jorge", describe los delirios grandilocuentes que padeció aquel protagonista y -desde luego- como contribuyeron a su incapacidad para gobernar. Por su parte, AMLO se ha comparado, por ejemplo, con Benito Juárez y con ¡gulp! Jesucristo. En su momento histórico, la locura de Jorge III desembocó en una crisis constitucional. ¿Los ataques a la SCJN podrían entrar en esta última categoría?
Dos de las cosas que más desean los narcisistas son el dinero y el poder (pero sobre todo este último). A pesar de los firmes valores éticos que AMLO profesa (no robar, no mentir, no traicionar), se le puede considerar cómo un "relativista moral". Esto último, en el sentido de que lo que considera inmoral en sus adversarios se le puede perdonar a sus aliados (¿Le suena el caso Bartlett?). Asimismo, de algún modo, es aceptable para su persona y familia también. (Como la reciente “fiesta buchona” donde se ve a su hijo brindando con contratistas del gobierno entre corridos que hacen apología del narcotráfico).
Se trata de concesiones privilegiadas que son síntomas inequívocos de un trastorno narcisista. Y eso es precisamente lo que le permite considerarse lo suficientemente excepcional como para excluirse a sí mismo de las reglas y normas que impone a los demás.
También es conocido el inmenso apetito de los narcisistas por la adulación, la alabanza y el halago (en parte, para eso sirven sus mañaneras). No es casualidad que la mentira patológica sea percibida como un rasgo narcisista (“mis hijos son honestos y trabajadores”). Otras características narcisistas son la arrogancia (cómo cancelar un aeropuerto por “sus huevos”, en contra de toda lógica financiera), la terquedad (para construir una refinería cuando el mundo entero transita a energías limpias), el ser despectivo con los demás (los “fifís”, los intelectuales al servicio “de la mafia”, los periodistas “chayoteros”). Los narcisistas son también explotadores (AMLO utilizó y traicionó a aliados -incluido a Cardenas y lo acaba de hacer con Ebrard-), “competitivos al extremo” (ha estado en campaña desde los ochenta y ahora coordina la de Sheinbaum, la corcholata “ungida” por el líder), además de hipersensibles a la crítica y manipuladores -él es uno consumado- (como jugó con sus “corcholatas”, también se hace la víctima cuando lo cuestionan públicamente).
La salud mental de cualquier presidente está inexorablemente ligada a nuestro bienestar como nación. Provocar a aliados tradicionales de México hasta alienarlos (caso de Estados Unidos, España o Perú), instigar conflictos civiles (chairos vs. fifís) y sentar las bases para una cultura de violencia (atentado contra Ciro Gómez Leyva) podría dar paso a convulsiones graves en el país.
La propia naturaleza autoritaria de AMLO, su frágil salud y su trastorno mental narcisista ha desembocado ya en el intento de imponer a su candidata presidencial para perpetuarse en el poder.
La última vez que un presidente intentó algo similar fue en 1994. Y se llamó Carlos Salinas de Gortari. Todos conocemos la tragedia que se desencadenó después y que sacudió inexorablemente al sistema político mexicano.
Ya por último, dejo para concluir una reflexión ominosa: ¿El trastorno de AMLO le permitirá aceptar la posible derrota de su partido en las elecciones presidenciales de 2024? y en caso contrario: ¿sería capaz de utilizar al ejército en contra de una protesta civil?
Los funestos elementos presentes en aquella sucesión -la de 1994- están vigentes hoy, y el caldo de cultivo está ahí: ¿Podrá AMLO verse al espejo sin reflejarse en Salinas?
Ojalá reflexione y resista la tentación autoritaria, por el bien de México.
El presidente de México no está bien de salud física. Pero, ¿cómo se encuentra de salud mental? Su comportamiento es cada vez más virulento, errático y contradictorio. Parece no ser capaz de afrontar con serenidad las tensiones ordinarias relacionadas con su cargo, como las críticas más básicas o las noticias poco halagüeñas. ¿Podría deberse a alguna enfermedad o trastorno que está mermando su capacidad mental?
Los rasgos más preocupantes -y palpables- en el comportamiento del presidente son la impulsividad y visceralidad cuando responde a ataques, la temeridad con la que lanza amenazas y la paranoia con la que responde a cuestionamientos sobre los resultados de su administración. Diversas fuentes -y colaboradores- lo describen como sumamente irascible e intolerante en su trato. En reuniones se le nota errático, a veces con una escasa comprensión de la realidad y de las consecuencias de sus dichos y actos. Otros han sido testigos de su absoluta falta de empatía y excesiva beligerancia. Adicionalmente, tiene una necesidad constante de demostrar poder; nadie le puede aconsejar nada sin que el líder se moleste o lo regañe.
No parece percibir lo crítico que podría ser cualquier defecto en su agudeza mental, ni lo imperativo que es que proteja al país antes que a su propio proyecto. Por cierto, denominado por él mismo como “La cuarta transformación” -igualable solo con sucesos históricos cómo la independencia, o la revolución-.
La famosa obra de Alan Bennett "La locura del rey Jorge", describe los delirios grandilocuentes que padeció aquel protagonista y -desde luego- como contribuyeron a su incapacidad para gobernar. Por su parte, AMLO se ha comparado, por ejemplo, con Benito Juárez y con ¡gulp! Jesucristo. En su momento histórico, la locura de Jorge III desembocó en una crisis constitucional. ¿Los ataques a la SCJN podrían entrar en esta última categoría?
Dos de las cosas que más desean los narcisistas son el dinero y el poder (pero sobre todo este último). A pesar de los firmes valores éticos que AMLO profesa (no robar, no mentir, no traicionar), se le puede considerar cómo un "relativista moral". Esto último, en el sentido de que lo que considera inmoral en sus adversarios se le puede perdonar a sus aliados (¿Le suena el caso Bartlett?). Asimismo, de algún modo, es aceptable para su persona y familia también. (Como la reciente “fiesta buchona” donde se ve a su hijo brindando con contratistas del gobierno entre corridos que hacen apología del narcotráfico).
Se trata de concesiones privilegiadas que son síntomas inequívocos de un trastorno narcisista. Y eso es precisamente lo que le permite considerarse lo suficientemente excepcional como para excluirse a sí mismo de las reglas y normas que impone a los demás.
También es conocido el inmenso apetito de los narcisistas por la adulación, la alabanza y el halago (en parte, para eso sirven sus mañaneras). No es casualidad que la mentira patológica sea percibida como un rasgo narcisista (“mis hijos son honestos y trabajadores”). Otras características narcisistas son la arrogancia (cómo cancelar un aeropuerto por “sus huevos”, en contra de toda lógica financiera), la terquedad (para construir una refinería cuando el mundo entero transita a energías limpias), el ser despectivo con los demás (los “fifís”, los intelectuales al servicio “de la mafia”, los periodistas “chayoteros”). Los narcisistas son también explotadores (AMLO utilizó y traicionó a aliados -incluido a Cardenas y lo acaba de hacer con Ebrard-), “competitivos al extremo” (ha estado en campaña desde los ochenta y ahora coordina la de Sheinbaum, la corcholata “ungida” por el líder), además de hipersensibles a la crítica y manipuladores -él es uno consumado- (como jugó con sus “corcholatas”, también se hace la víctima cuando lo cuestionan públicamente).
La salud mental de cualquier presidente está inexorablemente ligada a nuestro bienestar como nación. Provocar a aliados tradicionales de México hasta alienarlos (caso de Estados Unidos, España o Perú), instigar conflictos civiles (chairos vs. fifís) y sentar las bases para una cultura de violencia (atentado contra Ciro Gómez Leyva) podría dar paso a convulsiones graves en el país.
La propia naturaleza autoritaria de AMLO, su frágil salud y su trastorno mental narcisista ha desembocado ya en el intento de imponer a su candidata presidencial para perpetuarse en el poder.
La última vez que un presidente intentó algo similar fue en 1994. Y se llamó Carlos Salinas de Gortari. Todos conocemos la tragedia que se desencadenó después y que sacudió inexorablemente al sistema político mexicano.
Ya por último, dejo para concluir una reflexión ominosa: ¿El trastorno de AMLO le permitirá aceptar la posible derrota de su partido en las elecciones presidenciales de 2024? y en caso contrario: ¿sería capaz de utilizar al ejército en contra de una protesta civil?
Los funestos elementos presentes en aquella sucesión -la de 1994- están vigentes hoy, y el caldo de cultivo está ahí: ¿Podrá AMLO verse al espejo sin reflejarse en Salinas?
Ojalá reflexione y resista la tentación autoritaria, por el bien de México.
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